Era, por supuesto, esencial que el árbol Ygdrassil se mantuviera en perfectas
condiciones de salud, una labor que realizaban las Nornas o Destinos, que lo rociaban
diariamente con las aguas sagradas del manantial Urdar. Esta agua, al deslizarse hasta la
tierra a través de las ramas y las hojas, suministraba con miel a las abejas.
Desde ambos límites de Niflheim, arqueándose muy por encima de Midgard, se alzaba
el puente sagrado, Bifröst (Asatru, el aro iris), hecho de fuego, agua y aire, cuyos
palpitantes y cambiantes matices retenía y sobre el cual viajaban los dioses de un lado a
otro de la Tierra o hasta el manantial Urdar, al pie del fresno Ygdrassil, donde se
reunían diariamente en asamblea.
De entre todos los dioses, Thor, el dios del trueno, era el único que nunca pisaba sobre
el puente, por miedo a que sus pesados pasos o el calor de sus relámpagos lo destruyera.
El dios Heimdall guardaba custodia y vigilancia allí día y noche. Estaba pertrechado con
una espada mordaz y portaba una trompeta de nombre Gjallarhorn, con la cual solía
soplar generalmente una nota suave para anunciar la venida o la ida de los demás dioses,
pero la cual serviría además, para hacer sonar un terrible estruendo cuando Ragnarok, el
gigante de hielo y Surtr, llegaran con intención de destruir el mundo.