Mientras los dioses estaban ocupados creando la Tierra y proporcionándole iluminación,
una horda de criaturas con aspecto de gusano habían estado reproduciéndose en la carne
de Ymir. Estas desagradables criaturas terminaron atrayendo la atención divina.
Convocándoles ante su presencia, los dioses les dieron primero forma y les dotaron de
una inteligencia sobrehumana, tras lo cual los dividieron en dos grandes clases.
Aquellos que eran de naturaleza oscura, traicionera y taimada, fueron desterrados a
Svartalfheim, hogar de los enanos negros, el cual estaba situado bajo tierra, y de donde
no se les permitía salir durante el día, bajo pena de ser transformados en piedra. Se les
llamaba enanos, trolls, gnomos o kobolds, y empleaban toda su energía y tiempo en
explorar los escondrijos secretos de la Tierra. Coleccionaban oro, plata y piedras
preciosas, que guardaban en grietas secretas de donde podían sacarlas según su deseo.
Al resto de estas pequeñas criaturas, incluyendo todos los que eran hermosos, benignos
y provechosos, los dioses los llamaron hados y elfos, y fueron enviados para que
moraran en el espacioso reino de Alfheim (hogar de los elfos de luz), situado entre el
cielo y la tierra, de donde podían descender siempre que quisieran, para cuidar de las
plantas y las flores, jugar con los pájaros y las mariposas, o bailar en la hierba a la luz
de la Luna.
Odín, que había sido el espíritu líder en todas estas empresas, ordenó a los dioses, sus
descendientes, que le siguieran hasta la vasta llanura conocida como Idawold, que se
encontraba muy por encima de la Tierra, al otro lado de la gran corriente Ifing, cuyas
aguas nunca se helaban.
En el centro del sagrado espacio, que desde el comienzo del mundo había sido
reservado para su propia morada y había sido llamado Asgard (hogar de los dioses), los
doce ases (dioses) y las veinticuatro asynjur (diosas) se reunieron en asamblea a la
llamada de Odín. Se celebró un gran consejo, en el cual se decretó que no se derramaría
sangre dentro de los límites de su reino, o durante el tratado de paz, pues la armonía
debía reinar allí por siempre. Como resultado de la conferencia, los dioses también
construyeron una fragua, en la que diseñaron todas sus armas y herramientas requeridas
para construir los magníficos palacios de metales preciosos, en los cuales vivieron
durante muchos años en un estado de felicidad tan perfecta que este período pasó a
llamarse la Edad de Oro.